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8.1.05

Mariana pasó los días después de navidad envolviendo chiclosos, en cuanto su abuelita terminaba uno se lo pasaba y ella lo empaquetaba como caramelo en papel de cera.

Me doy cuenta de que hace seis años que no convivo con mi única abuela. De repente me dan ganas de ir al mercadillo, a la subasta de pescado, a misa en gallego.

Me acuerdo de antes de que mi abuelo se pusiera mal, tendría yo seis años cuando lo acompañe hasta uno de los manantiales que rodean el pueblo de mi madre. Los dos con azadones en mano, íbamos a abrirle paso al agua para que llegara hasta la tierra de mi abuelo.

En el manantial se había construido un estanque artificial muy rudimentario, Dios sabe cuanto tiempo llevaba ahí. La operación consistía en retirar la piedra y el lodo que tapaban la salida del agua, entonces el agua empezaba a bajar por gravedad a través de los surcos que había en las calles de la aldea y que servían de sistema pluvial, con los azadones agarrábamos lodo del lado del camino para tapar y destapar los surcos donde estos se dividían, poco a poco íbamos dirigiendo el agua hasta llevarla a la casa y eventualmente a la tierra.

Mariana tiene razón, yo no crecí en Europa, crecí en Mesopotámia.

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